Anteriormente ya existían pruebas contundentes respecto al pensamiento de Netanyahu acerca de Palestina, y lo había dejado claro en 2015: «No habrá Estado palestino bajo mi mandato».
Y sumado a ello, agregar la crítica de Donald Trump hacia Bibi, después de que el Primer Ministro saludara a Biden rápidamente ante lo que el mismo Trump denunciaba en ese momento sobre las «elecciones robadas», y a su vez recordaba el momento de las negociaciones en las tratativas de paz Israel-Palestina y que Netanyahu era «el mayor obstáculo» en ellas. «No creo que haya querido nunca hacer las paces», le dijo Trump al periodista de Axios, Barak Ravid. «Creo que simplemente nos daban largas», agregó.
“Después de reunirme con Bibi (apodo de Netanyahu) durante tres minutos… interrumpí a Bibi en medio de una frase. Le dije: ‘Bibi, no quieres llegar a un acuerdo, ¿verdad?’ Y él dijo: ‘Bueno, umm, umm, umm’”.
“El hecho es que no creo que Bibi haya querido llegar a un acuerdo en ningún momento», destacó.
El último gobierno de Netanyahu llegó al poder hace poco más de nueve meses. Es el más extremo que ha dirigido, porque sólo los partidos extremos estaban dispuestos a unirse a una coalición con un primer ministro juzgado por corrupción.
La agenda del gobierno (lo que parece ser prácticamente su única preocupación) ha sido canalizar dinero hacia escuelas ultraortodoxas, apoyar los asentamientos en Cisjordania y, sobre todo, impulsar cambios radicales en el sistema judicial para proteger de los tres cargos de corrupción a Netanyahu por los que está siendo juzgado desde 2020, que a su vez, el mismo estuvo negociando en secreto con la Fiscalía General un acuerdo para cerrar el juicio sin tener que pisar la prisión.
El peligro de Gaza tiene una historia larga y tiene sus raíces en una elección estratégica que ha guiado a Netanyahu desde su regreso al poder en 2009 (ocupó el cargo por primera vez entre 1996 y 1999). Casi dos años antes, Hamás tomó el control de la Franja de Gaza, dividiendo en dos el naciente sistema político palestino. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y su movimiento Fatah mantuvieron su poder limitado en zonas autónomas de Cisjordania. Aunque Abbas nunca ha llegado a un acuerdo de dos Estados con Israel, siempre ha favorecido ese resultado.
Netanyahu claramente optó por ver la división como positiva, como una forma de fomentar la independencia de Gaza de Cisjordania y debilitar a la Autoridad Palestina. En 2019, por ejemplo, explicó por qué permitió que el régimen de Hamás en Gaza se apuntalara con dinero en efectivo de Qatar en lugar de depender de un cordón umbilical financiero con Cisjordania. Dijo a los legisladores del Likud que “quien esté en contra de un Estado palestino debería estar a favor” de la financiación de Qatar, como lo parafraseó una fuente que estuvo presente. Dado el rechazo de Hamás a la existencia de Israel y la falta de una sola voz palestina, un acuerdo de dos Estados parecía imposible, permitiendo a Israel seguir gobernando Cisjordania, como claramente prefiere Netanyahu.
Esa opinión es ampliamente compartida en la derecha israelí. En una entrevista de 2015, Smotrich argumentó que los ataques terroristas palestinos en ese momento fueron en su mayoría aislados y “atmosféricos”; en otras palabras, un teatro político pero no un peligro estratégico. La verdadera amenaza, dijo, estaba en el frente diplomático por parte de Abbas. Para Israel, concluyó, “la Autoridad Palestina es una carga y Hamás es un activo”.
A pesar de las rondas regulares de combates entre Israel y Gaza, Netanyahu permitió que Hamás siguiera afianzando su gobierno. Subrayo que reconquistar Gaza nunca fue una opción práctica o moral, y la capacidad de Israel para impulsar la reunificación palestina tenía límites.
Devolver a Gaza a la Autoridad Palestina nunca formó parte de la agenda del primer ministro. Hamás era el enemigo y, en un extraño giro, un aliado contra la amenaza de la diplomacia, una solución de dos Estados y la paz.
Esa política dependía del exceso de confianza y del autoengaño. Requería creer que Hamás se había visto disuadido de una ofensiva importante por combates anteriores y que estaba más interesado en mejorar las condiciones en Gaza. Esas opiniones convenientes aparentemente se filtraron desde los líderes políticos hasta los altos mandos militares. Según se informa, esa complacencia hizo posible trasladar algunas de sus fuerzas desde el área alrededor de Gaza a Cisjordania para proteger a los colonos, dejando a las comunidades fronterizas menos protegidas cuando se produjo el ataque.