
A pesar de las denuncias de crímenes de guerra y genocidio en Gaza, muchos líderes de Occidente continúan apoyando al Estado de Israel bajo la conducción de Benjamín Netanyahu. La razón de ello, si bien es multicausal, puede sin embargo entenderse, principalmente, por el uso de spyware para influenciar líderes, el lobby pro‑israelí, las alianzas estratégicas y los argumentos ideológicos de un cristianismo sionista.
Según Frank Wright, de acuerdo a su informe presentado en “Life Site News”, empresas israelíes fundadas por ex‑agentes de inteligencia desarrollan spyware que penetra mensajes privados de políticos en EE UU y Europa, creando potenciales palancas de presión sobre líderes críticos con Israel . Un ejemplo tangible se presenta con el ex‑diputado estadounidense Mike Waltzque que protagonizó un escándalo en abril de 2025 tras filtrarse sus chats de Signal, presuntamente obtenidos por una aplicación israelí. Este control encubierto socava la autonomía política e induce a políticos a alinearse diplomáticamente con Tel Aviv, ya que cada día más datos salen a la luz respecto a este tipo de prácticas.
La influencia política se extiende más allá del espionaje; se sabe que organizaciones como AIPAC y Christian Zionist groups moldean legislación y opinión pública. Es posible leer el trabajo de Mearsheimer y Walt en The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy, donde describen un lobby “extremadamente eficaz” que modela el discurso en congresos y grandes medios. Además, encuestas muestran que una amplia base evangélica norteamericana apoya a Israel por razones proféticas.
La alianza EE UU–Israel está cimentada en una noción de “seguridad regional”. Israel funciona como “portaaviones terrestre” para proyectar poder sobre Oriente Medio, especialmente contra Irán, según sus propios líderes. Cabe recordar cuando años pasados, el (entonces) Secretario de Estado de Estados Unidos, Alexander Haig, se jactó: “Israel es el portaaviones estadounidense más grande del mundo que no se puede hundir , no transporta ni un solo soldado estadounidense y está ubicado en una región crítica para la seguridad nacional estadounidense”. El expresidente estadounidense Joe Biden, allá por 1986, cuando era senador, quien dijo la famosa frase de que, si Israel no existiera, Estados Unidos tendría que inventarlo, de hecho sus palabras fueron: “Si miramos a Medio Oriente, creo que ya es hora de que quienes apoyamos, como lo hace la mayoría, a Israel en este organismo, dejemos de disculparnos por nuestro apoyo a Israel. No hay disculpas que ofrecer. Ninguna. Es la mejor inversión de 3 mil millones de dólares que hemos hecho. Si no existiera un Israel, Estados Unidos de América tendría que inventar un Israel para proteger sus intereses en la región; Estados Unidos tendría que salir e inventar un Israel. Estoy con mis colegas en la Comisión de Relaciones Exteriores, y nos preocupamos extensamente por la OTAN; y nos preocupamos por el flanco oriental de la OTAN, Grecia y Turquía, y su importancia. Son insignificantes en comparación… Son insignificantes en comparación con el beneficio que reportan a los Estados Unidos de América”. Este lazo militar justificó el veto recurrente de EE UU en la ONU y el financiamiento incondicional, incluso frente a presuntos crímenes de guerra.
Diversos autores indican que el respaldo occidental a Israel es continuación del colonialismo europeo en Oriente Medio. Quizás este apoyo sirve en parte como vehículo para ejecutar sobre Palestina fantasías de dominación contra musulmanes y árabes, normalizadas tras el 11‑S, tal como se vio en Irak durante el año 2003. Además, en Europa, el remordimiento post‑Holocausto ha impulsado apoyos desmesurados, donde esa retórica propia de quienes padecen culpa de clase, lleva a apoyar a Israel incluso cuando comete atrocidades.
La confluencia de espionaje encubierto, poderosos lobbies, estrategia militar y narrativas ideológicas han tejido un sistema que asegura el respaldo incondicional de gran parte de Occidente a Israel. Quizás sea momento de discernir que aquello que está mal simplemente está mal, provenga la atrocidad de Irán, Israel, EEUU o China; uno como persona de fe debe poder reconocer el mal de manera objetiva y no caer en falsos mesianismos.