Tal como se observa desde los detractores progresistas en Florida hasta los docentes militantes en Argentina, a la Izquierda le parece que es función del cuerpo político atender al desarrollo educativo y sexual de cada niño. A los padres se los desplaza de la educación; creen algunos que es mejor que los niños de todas las edades se sientan completamente cómodos y seguros al expresar su género y sexualidad. Esto puede significar, y de hecho sucede de manera habitual, mantenerlo en secreto para los padres del estudiante y cultivar un entorno dentro de la institución educativa que afirme activamente estas identidades. El impulso por enseñar educación sexual e ideología de género lo antes posible a un niño, es ciertamente parte de una idea de “ayudar” a los estudiantes LGBT. El problema es que, si bien la intención parece loable, la aplicación no guarda lógica por 3 puntos esenciales:
1- Se presupone que no se puede confiar en los padres, cuando la realidad es que naturalmente un padre es quien más ha de amar a ese ser humano tan vulnerable que está transitando un arduo momento con su identidad. En general, un padre ama y acompaña a su hijo a toda costa, y es cuento menos falaz, tomar excepciones para construir reglas que priven a los padres de estar dentro del proceso formativo del hijo.
2- Es falaz considerar que un niño que hasta hace meses usaba pañales es capaz de asumir una identidad sexual plena y definitiva en su vida. Es perverso robarles su inocencia inyectando contenidos de índole íntima; se está forzando a un menor a acceder a un conocimiento no apto para su edad.
3- Es un error grave implementar políticas afirmativas, incluso con carga política, en las aulas de niños; la consecuencia lógica es que quien las niegue se convierte en el mal. Esto podría generar que el propio niño vea como enemigo a su propio padre lo cual es, sinceramente, lo más ruin que podría hacerle.